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EL ACEITE Y EL ESPÍRITU

EL ACEITE Y EL ESPÍRITU

En Levítico 8, 9 y 10 encontramos que la sangre se usaba para limpiar del pecado y el aceite se usaba para ungir. Ungir era derramar aceite sobre algo, y ese algo se santificaba con ese aceite derramado.

Ya estando en Cristo, el nos limpia con su sangre y entonces el Espíritu se derrama como aceite sobre nosotros, y a medida que nos llenamos del Espíritu, mas nos santificamos. Pero hay cosas que nos llenan de Espíritu y hay cosas que nos dejan escapar el Espíritu, hay cosas que constritan el Espíritu y hay cosas que agradan al Espíritu. Hay cosas que hacemos que suben en olor grato ante Dios y hay cosas que desagradan ante Dios.

Quizás pensemos hoy que a Dios no le interesan nuestras obras, pero el mismo Jesús dice que debemos amar a nuestros hermanos como a nosotros mismos, y la forma de demostrar el amor por nuestros hermanos no es solo de palabra diciendo que yo les amo, sino de acción y de obras en su favor. Pero hacer esto con sinceridad y amor solo es posible teniendo primeramente el amor a Dios en nosotros. Así que si tomamos la lámpara de Cristo para salvación, no debemos olvidar el aceite del Espíritu, que es el que da brillo a nuestra lampara ante los hombres y ante Dios, no sea que viniendo Jesús nos encuentre dormidos y sin aceite, y nos diga: Nunca os conocí; y digamos nosotros: pero si tenemos lámpara; y nos repita el Señor: Nunca os conocí...

Las acciones frente a Dios y las obras hechas por amor sincero a nuestros hermanos, demuestran que estamos siendo llenados cada día por el Espíritu de Dios que es el aceite de nuestra lámpara y el que nos santifica, mas las acciones fingidas ante Dios y las obras de apariencia e interesadas hechas a nuestros hermanos, no aumentan nuestra santidad y mucho menos alimentan el Espíritu, sino que son FUEGO EXTRAÑO ante Dios, el cual no procede de santidad ni de su Espíritu, sino de otros espíritus, como la vanidad y el orgullo, los cuales provienen de otro padre.

Alabado sea el Señor hoy y en su venida, y seamos llamados por él: Benditos de mi Padre. (Mateo 25:34)

Dios nos bendiga.

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