NUESTRA DECLARACIÓN DE FE
LA BIBLIA
Creemos que la Biblia es la Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu Santo y absolutamente veraz en todo lo que enseña. En ella Dios se revela a la humanidad, mostrando Su carácter, Su voluntad y Su plan eterno de redención. La Biblia no contiene error, pues procede del mismo Dios, quien es perfecto. Fue escrita por autores humanos guiados por el Espíritu Santo, de manera que cada palabra refleja tanto la intención divina como la participación humana.
A través de la lectura y estudio de la Palabra crece nuestra fe, se fortalece nuestro espíritu y aprendemos a vivir conforme a los principios del Reino de Dios. Es la regla de fe y conducta para todo creyente y la autoridad final sobre cualquier enseñanza o práctica.
(2 Pedro 1:20–21; Proverbios 30:5–6; Romanos 10:17; Juan 14:21)
EL ÚNICO DIOS
Creemos en un solo Dios verdadero, eterno y todopoderoso, quien existe y se manifiesta en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Él es el creador del cielo y de la tierra, el sustentador de toda la creación y el Señor soberano sobre todo cuanto existe.
El Padre gobierna con sabiduría y amor; el Hijo, Jesucristo, revela plenamente a Dios y lleva a cabo la redención; y el Espíritu Santo actúa en el mundo y en los creyentes, aplicando la obra de Cristo y guiándonos a la verdad.
Este único Dios es digno de toda adoración, obediencia y confianza.
(Génesis 1:1; Salmos 90:2; Isaías 40:18–31; 2 Corintios 13:14)
LA HUMANIDAD
Creemos que el ser humano fue creado por Dios a Su imagen y semejanza, con la capacidad de tener comunión con Él y reflejar Su gloria. Sin embargo, por la desobediencia de Adán y Eva, el pecado entró en el mundo y afectó la naturaleza de toda la humanidad. Como resultado, el hombre quedó separado de Dios, incapaz de salvarse por sus propios medios y necesitado de redención.
Dios, en Su misericordia, proveyó el camino de restauración por medio de Jesucristo, quien vino a reconciliar al ser humano con Su Creador y devolverle la dignidad y el propósito original.
(Génesis 1:27; Salmos 8:3–5; Romanos 3:23; 5:12, 18–19)
LA ETERNIDAD
Creemos que Dios es eterno, sin principio ni fin, y que Él ha dado al ser humano una existencia eterna. Cada persona vivirá para siempre, ya sea en la presencia de Dios en el cielo o separada de Él en el infierno. Estos no son conceptos simbólicos, sino realidades espirituales y eternas.
El cielo es el destino glorioso de quienes han creído en Jesucristo como su Señor y Salvador, un lugar de gozo, paz y comunión plena con Dios. El infierno, en cambio, es la consecuencia eterna del rechazo al amor y la gracia divina.
Por ello, el mensaje del evangelio es una invitación urgente a reconciliarse con Dios mientras haya oportunidad.
(1 Timoteo 1:17; Juan 3:16; Juan 17:3; Lucas 12:5)
CRISTO JESÚS
Creemos que Jesucristo es el Hijo eterno de Dios, igual en esencia y divinidad al Padre y al Espíritu Santo. Nació de una virgen, vivió una vida sin pecado y cumplió perfectamente la voluntad del Padre. Es el Mesías prometido en las Escrituras, enviado al mundo para salvar a la humanidad del pecado.
Murió en la cruz como sacrificio perfecto y sustituto por nuestros pecados, y al tercer día resucitó de entre los muertos, demostrando Su victoria sobre la muerte y el poder del pecado. Ascendió al cielo, donde intercede continuamente por nosotros, y regresará un día con gloria y majestad para juzgar al mundo y establecer Su reino eterno.
(Isaías 9:6; Juan 1:1–5; Hebreos 1:1–4; 1 Corintios 15:1–7)
LA SALVACIÓN
Creemos que la salvación es un regalo de la gracia de Dios, ofrecido libremente a toda persona. Todos hemos pecado y estamos separados de Dios, pero Cristo murió en nuestro lugar para pagar el precio de nuestros pecados.
Ninguna obra humana puede obtener o merecer la salvación; solo la fe en Jesucristo nos reconcilia con Dios. Cuando una persona reconoce su pecado, cree en el sacrificio redentor de Cristo y lo recibe como su Salvador y Señor, es perdonada, transformada y adoptada como hijo de Dios.
La salvación es eterna y depende del poder y la fidelidad de Dios, no de los méritos humanos.
(Romanos 6:23; Efesios 2:8–9; Juan 10:27–30; 1 Pedro 1:3–5)
EL ESPÍRITU SANTO
Creemos que el Espíritu Santo es Dios, igual en poder y gloria al Padre y al Hijo. Él convence al mundo de pecado, justicia y juicio, y es quien regenera el corazón humano para la salvación.
Desde el momento de la conversión, el Espíritu Santo habita en el creyente, guiándolo, fortaleciéndolo y capacitándolo para vivir una vida que glorifique a Dios. Él produce en nosotros fruto espiritual, distribuye dones según Su voluntad y nos une como un solo cuerpo: la Iglesia.
Por Su obra, el creyente crece en santidad, discernimiento y amor.
(Juan 16:7–13; Hechos 1:8; 1 Corintios 12:11; Efesios 1:13)
EL BAUTISMO
Creemos que el bautismo es una ordenanza instituida por nuestro Señor Jesucristo. Es un acto de obediencia que simboliza la muerte al pecado, la sepultura del viejo hombre y la resurrección a una nueva vida en Cristo.
El bautismo se realiza por inmersión, tal como fue el ejemplo del Señor y la práctica de la iglesia primitiva. No confiere salvación, pero es la expresión pública de la fe del creyente y su identificación con Cristo y Su iglesia.
(Colosenses 2:12; Mateo 28:19–20; Romanos 6:1–6)
LA SANTA CENA
Creemos que la Santa Cena es una ordenanza establecida por Cristo para recordar y proclamar Su sacrificio redentor. Al participar del pan y la copa, los creyentes conmemoran Su cuerpo entregado y Su sangre derramada por la humanidad, reafirmando su comunión con Él y con los demás miembros del cuerpo de Cristo.
Los elementos no poseen poder en sí mismos, sino que son símbolos del sacrificio perfecto de Jesús. Participar dignamente en la Cena del Señor es un acto de gratitud, obediencia y adoración.
(Mateo 26:26–30; Marcos 14:22–26; Juan 13:1–38; 1 Corintios 11:23–29)
LA IGLESIA
Creemos que la Iglesia fue fundada por Jesucristo y que Él es su cabeza. Está compuesta por todos los creyentes redimidos por Su sangre y llamados a vivir en unidad, amor y servicio.
La Iglesia tiene la misión de proclamar el evangelio, discipular a los creyentes, servir a los necesitados y ser testimonio del poder transformador de Cristo en el mundo.
Cada congregación local es una expresión visible del cuerpo de Cristo, donde los creyentes crecen en comunión, adoración, estudio bíblico y participación en los ministerios que edifican a la comunidad y glorifican a Dios.
(Mateo 16:18; Efesios 4:11–16; Colosenses 1:18)